domingo, 3 de agosto de 2008

SOBRE EL MINISTERIO DE CULTURA por Alex A. Forsyth

Estimado Raúl:


Siento mucho contestarte un poco tarde, aunque debo reconocer que ello me ha permitido gozar (con culposo placer) de los interesantes comentarios enviados por aquellas personas a las que enviaste tu reflexión a propósito del Ministerio de Cultura.

Quiero, ahora, añadir algunas impresiones (que espero no trasunten excesivo desencanto). Quiero referirme a lo que me parece más importante: tu afortunada propuesta de considerar a la cultura como una cuestión de importancia estratégica. Ello, en un país en el que el concepto mismo de nación es puesto constantemente en entredicho por jueces, policías, políticos empresarios, microbuseros y ciudadanos comunes de toda laya, es rigurosamente necesario y acertado. No hay forma de lograr que todos los ciudadanos «empujen el coche» en la misma dirección si estos no sienten que son parte del mismo equipo. En el caso peruano, el coche es tirado en tantas direcciones que, al final, como no puede ser de otro modo, este acaba por no moverse de su sitio pues las diversas fuerzas en conflicto se anulan unas a otras. Física elemental, matemática de kindergarten, solo que en nuestro país la desunión logra que 2 más 2 no sumen 4.

Sobran ejemplos de esta situación: caudillos que se pelean en medio de la Guerra con Chile, gobiernos —sean nacionales, regionales o locales, poco importa— que por la cíclica renovación electoral cambian a todos los funcionarios importantes de la administración pública solo porque «son del otro partido» y esta es «nuestra administración», la incapacidad ciudadana para involucrarse en cuestiones de naturaleza pública (como no salir a las calles a protestar contra el Sutep por su servicios basura, pese a tenernos a todos de rehenes hipotecando a bajo precio y alto costo nuestro futuro), autoridades corruptas que no tienen el menor reparo en dejar pasar las conductas más deleznables, etc. Sorprende constatar a cada rato que muy pocos entienden que la nación es una comunidad imaginada que se proyecta al futuro. Es decir, la nación es un proyecto de vida común, un construirnos juntos el porvenir, un compartir el mismo destino. Todos, sin excluir a nadie.

Pese a su asfixiante materialismo, que afirmaba tajantemente que las condiciones materiales determinaban las condiciones del espíritu (¿recuerdas la célebre división entre «estructura» y «super estructura»?), el siglo XX dejó sobradas evidencias de que las creaciones de la mente y el espíritu son tan importantes para la vida de las comunidades humanas como las condiciones materiales que las rodean, pues ambas se modifican mutuamente mediante un proceso dialéctico unas veces sutil y otras veces agresivo. Invito a quien dude de ello a revisar las pavorosas consecuencias del Mein Kampf y del Pensamiento Gonzalo, este último de trágica recordación para los peruanos, para comprobar los efectos que la cultura puede tener sobre nuestras vidas.

¿Qué es, entonces, la actual exaltación de la capacidad de innovar, tan cara a la cultura empresarial de nuestros días, sino la capacidad de mirar la realidad con nuevos ojos? Precisamente lo que nuestros poetas y pintores, nuestros músicos y cineastas hacen todos los días, profesionales de quienes los administradores de negocios podrían aprender no poco. «La acción cultural es una interpelación permanente de la realidad», poderosa frase que deberíamos espetar a nuestros políticos y líderes de opinión como una acusación, y repetir para nosotros mismos como si fuese un mantra. Pero no lo hacemos, y ese es nuestro pecado.

Debo confesar que el Ministerio de Marras, que a estas alturas es más el Misterio de (la) Cultura que otra cosa, me produce sentimientos encontrados, tanto a favor como en contra. Sé que hay inmensa necesidad de él por razones que no viene al caso exponer en este breve espacio, pero sé también que a pesar de contar con una estimable producción cultural, la sociedad civil del Perú no ha sido capaz de articular una exigencia mínima para proveerse de ella, y creo que esto se debe a que, simplemente, casi no posee la necesidad de consumir productos culturales, ocupada como está en llenarse la boca con ricos potajes y flores inmerecidas mientras ve «Laura en América» o «Los cómicos ambulantes», o se regodea íntimamente por haberse producido en el Perú la papa más grande del mundo, lo que nos pondrá en el Guinness, contar con una de las 7 Maravillas del Mundo Moderno (¿estará en el primero o en el sétimo lugar?) o porque estamos a punto de pasar a la siguiente ronda del campeonato internacional de fútbol que irremediablemente perderemos.

Esta pobreza, trágicamente, incluye a los propios gestores culturales, incapaces de pensar en términos nacionales, es decir, ambiciosos, incapaces de tejer creativamente una estrategia política que les permita alcanzar objetivos mínimos, siempre a la espera de la dádiva palaciega (¡que el cañoncito ha de disparar!, ¡que el cañoncito se encuentra a punto!, ¡que el cañoncito todavía no dispara!...). ¿Dónde están nuestros culturosos representantes civiles para contestar a tanto palurdo que, vestidos de rutilante dignidad e inflados de ridícula pomposidad, empiezan a salir a la palestra para denostar no ya al Ministerio de Marras sino a la discusión que se pretende iniciar sobre el mismo?

Leemos en la página 5 de Correo del 30 de julio, bajo el titular «Souza critica M. de Cultura»: «A juicio del parlamentario Rolando Souza [de las filas fujimoristas], este tema no es una prioridad para el país ni está en el debate político», añadiendo que el anuncio presidencial es una maniobra de distracción que pretende esconder el alza del precio de los alimentos. ¡Qué sinvergüenza este García, usando tan sofisticado y maquiavélico globo de ensayo para esconder lo inescondible! En El Comercio del 1 de agosto, en la página B2, bajo el título «Confiep concuerda con Mincetur para crear sector turismo», leemos: «[...] Cáceres Sayán [...] Añadió que no compartía la inciativa de crear un ministerio de cultura, ya que en términos de rentabilidad [la cursiva es mía] sería más importante una cartera de turismo». ¿Dónde están, me pregunto, los directores de museos, las ONG que defienden las culturas nativas, o los rectores de universidades dizque líderes, para contestar con altura y argumentos a estos defensores de lo craso y lo miope?, ¿por qué no tenemos los peruanos una Confiep de la cultura? Mientras tanto, ese alambicado CEO de AFP líder del mercado que publica libros solo para darse un barniz de sofisticación mediante receta sacada de un manual de autoayuda, traficando con la cultura con una no muy delicada obscenidad, se permite opinar sobre un asunto que domina con exquisita ignorancia.

Hace pocos días, en una entrevista publicada por El Comercio, Krysztof Makowski, notable arqueólogo polaco nacionalizado peruano, decía que el patrimonio cultural del Perú era una de nuestras ventajas comparativas. ¿A alguno de estos señores se les ha ocurrido alguna vez poner en cifras el potencial cultural peruano?, ¿a alguno de estos señores se les ha ocurrido pensar, mientras sorben su café en algún bistro parisino, que se encuentran allí, sintiéndose tan cosmopolitas, porque aceptaron la invitación que les envió Leonardo con enigmática sonrisa monalisesca? Pero la pregunta que en verdad importa aquí es, ¿qué han hecho los gestores culturales para producir esas cifras, difundir esos hechos, transformar esas realidades?

Una de las características de la mentalidad premoderna es no poder establecer la relación causa-efecto cuando entre estos fenómenos media un espacio de tiempo considerable. Otra es la de no poder relacionar la parte con el todo. Pues bien, la primera es la que nos impide hacer planes de largo plazo (y debemos tener en cuenta que «largo plazo» para los peruanos es cualquier cosa que exceda el límite de un año, máximo dos), y la segunda es la que nos impide construir una sociedad integrada, que funcione como un solo equipo.Estas dos condiciones, a las que habría que añadir muchas más, por supuesto, como nuestra falta de realismo (que nos lleva a tomar el rábano por las hojas, siempre con parches y paños tibios), nuestra mentalidad fisiocrática (anclada en las cosas, lo que explica que nuestra gastronomía sea tan buena pero nuestra filosofía y nuestra ciencia tan pobres), nuestro patético militarismo provinciano, nuestra tendencia a confundir lo público con lo privado, nuestra congénita incapacidad para respetar normas y leyes (acabo de escuchar una entrevista al viceministro de transportes por CPN Radio, quien contó que los propios usuarios del transporte interprovincial —que hoy mueren por miles— insultan a los inspectores que quieren detener el vehículo en que se encuentran porque no cumple las normas y pone en riesgo sus vidas), nuestro absurdo desprecio por la democracia (a la que pretendemos defender con medidas antidemocráticas, como el voto obligatorio), el culto idolátrico que profesamos a símbolos vacíos que se sustentan en una gestualidad estéril (como el juicio iniciado por un ministro de Estado a una ingenua modelo que posó su desnuda humanidad en nuestra bandera patria), nuestra extrema facilidad para ubicarnos siempre en posiciones extremas (lo que nos lleva a adoptar ideas y recetas como si fuesen credos infalibles, pretendiendo además imponer a la realidad la moda del día) y nuestro culto al parecer y desprecio por el ser, por mencionar a la pasada algunas perlas, revelan la raigambre cultural de nuestros problemas y deberían bastar para colocar a la cultura en el centro del debate nacional (¡como si el problema de la educación no fuese suficiente!).

Creo, por otro lado, que la discusión sobre si debe ser Ministerio de Cultura y Turismo o Ministerio de Turismo y Cultura es un asunto accesorio, de escasa o ninguna importancia, y revela nuestra facilidad para perder de vista lo importante. En el fondo, poco importará este asunto bizantino si de aquí a unos años nos encontramos en el exilio barruntando sobre las razones de nuestra suerte, exilio al que nos habrá llevado errores como haber ignorado que existen hoy en nuestro país movimientos indígenas que buscan arrinconar a la cultura criolla, llámese esta Occidente, el centralismo limeño o el neoliberalismo (¿alguna vez tuvimos el viejo liberalismo?), es decir, problema que, en último análisis, no es otra cosa que un enfrentamiento cultural. Que qué hicimos mal nos preguntaremos entonces, y podremos decir que quizás fue nuestra vocación suicida (otro asunto cultural), pero podría ser también que tal catástrofe nos sucedió porque nuestros empresarios y políticos creyeron que Tánatos no era más que una contracción del diafragma que requería dejar de fumar por unos días para aclararnos los bronquios y usar un expectorante más efectivo, pero también porque nosotros los dejamos con esa idea. ¡A ver, oiga usted, prepáreme un focus group para resolver esta vaina!, ¡y sea más eficiente, que la Eficiencia-a-Ultranza es el dogma del día!

¿Por qué es tan difícil para los «líderes de opinión» entender que la cultura acerca a la gente? Es en la literatura, en el arte, en el cine, en la poesía, en la música, donde revelamos nuestro fuero interno, donde mostramos nuestras preocupaciones existenciales y estéticas, por lo que si queremos conocer al Otro, al que es distinto a nosotros, como lo son tantos compatriotas entre sí, es allí adonde debemos acudir. ¿Cuándo entenderán estos mercaderes de pacotilla que no solo de pan vive el hombre?

Pero insisto: que el ciego de nacimiento no pueda decirnos nada sobre la naturaleza del color es algo lógico y natural, y no debería sorprendernos. Al fin y al cabo, el ignorante que se comporta como ignorante está en su ley. El verdadero problema se presenta cuando aquellos que sí pueden hablarnos del color prefieren cada día la mudez que significa vivir en la suave, tranquila y sosa oscuridad del invidente, simplemente porque las condiciones del aquí y el ahora nos obligan a una labor política que no estamos dispuestos a asumir (y por política no me refiero a meternos a un partido y postular al Congreso, ambos notables y abominables productos culturales de nuestro sufrido país).

Mientras tanto, ¡ya pe, manito, no te me aleones con la chela pe, que ya viene la jauría y quiero estar entonau!

Un abrazo, Alex

No hay comentarios: