domingo, 3 de agosto de 2008

PRESIDENTE DEL PERÚ PROPONE SORPRESIVAMENTE LA CREACIÓN DE MINISTERIO DE CULTURA

Probablemente entre nosotros, los latinoamericanos, la gestualidad sea una de nuestras características más resaltantes y, tal vez, aquella que ha ayudado a dotar a la historia republicana de nuestro continente de ese componente que unos llaman tropicalismo y otros, festivamente, lo vinculan al género de la opereta. El asunto es que los gestos y las declaraciones exceden o inventan la realidad cotidiana, la idealizan y, obviamente, la maquillan.

Por eso, miro con reserva la idea de crear un ministerio de cultura en nuestro país. Porque si con la dación de leyes y el crecimiento del aparato estatal pudiéramos resolver nuestros problemas, habríamos dejado atrás nuestras cotidianas dificultades para la construcción de un continente hace mucho tiempo. Una construcción continental que se hace más difícil cada día que pasa y que ha dejado, probablemente, demasiado lejos, esas expresiones que durante el siglo XX hablaban de América Latina como el continente de la esperanza, pero que lo único que parecen haber confirmado es que, pese a las expectativas, América Latina continúa siendo la única parte de Occidente que es pobre y subdesarrollada, dígase lo que se diga.


HACIA LA CREACIÓN DE UN NUEVO MINISTERIO

Sin embargo y una vez más (parece ser que hay algo que nos impulsa permanentemente a convertir el hecho de no tener ideas para gobernar con la tradición de sacar nuevas o viejas cartas bajo la manga, esta vez para proponer la creación de un ministerio de cultura). Esta tradición, apoyada hoy en día últimos y vergonzosos veinte años (por dar una cifra), en los que este tema fue relegado casi al extremo de la pérfida extinción por quienes se hicieron del poder durante todo ese tiempo.

Hoy, nuevamente, se vuelve a la carga con el tema del Ministerio de Cultura. Una idea muchas veces impulsada por la aspiración a reflejar en nuestra realidad algunos modelos de vigencia en otros países, como Francia por ejemplo, en los que el Estado Benefactor, dispone de los medios económicos suficientes para extender su dadivoso brazo. Por supuesto que ese no es nuestro caso, y menos nuestra tradición, sino todo lo contrario. La falta de recursos disponibles, la falta de financiamiento para el desarrollo de una idea de esta naturaleza, es el más grave de los escollos.

A pesar de ello, el tema colocado sobre la mesa, nos obliga a reflexionar cómo en medio de nuestras limitaciones podríamos imaginar el despegue inicial de un ministerio de asuntos culturales con los recursos que poseemos, bajo un conjunto mínimo de ciertas premisas que nos permita separar el trigo de la paja y ordenar el tema bajo ciertas prioridades. Por lo tanto, es preciso entender que al hablar del ministerio de cultura, no lo hacemos en principio para hablar de temas que yo sé que son sensibles y que han generado desde mediados de los años ochenta indiscutibles y justificadas aspiraciones.

Un ministerio de esta naturaleza no deberá plantearse como prioridades iniciales temas como la aplicación de la ley del artista, los financiamientos del cine, la ley del libro, la orquesta sinfónica, el Conservatorio de Música, el folclor u otros temas sensibles, como ya he dicho, pero que no deben ser tomados como los temas centrales o prioritarios porque no lo son.

LA CULTURA UN TEMA DE ESTRATEGIA NACIONAL

Es preciso plantearnos primero, ¿por dónde queremos caminar en cultura? ¿Por qué río queremos navegar? Debemos comenzar, entonces, por encontrar un norte en el que el tema de la Cultura Peruana sea aceptado por todos nosotros como un tema de estrategia nacional. Quiero decir, un tema de Estado, tan importante como Defensa, Relaciones Exteriores, Salud y Educación. Si no vamos a colocar el tema en ese nivel, si no lo vamos a llevar a esa jerarquía, entonces, sigamos como siempre y no continuemos perdiendo el tiempo en esa gestualidad de opereta que tanto nos gusta. Debemos aceptar y reconocer que nos ha llegado el momento de dejar de mirarnos el ombligo por un momento.

El tema de la creación de un Ministerio de Cultura, no es el de crear un nuevo ministerio asistencialista y clientelista al estilo de los militares golpistas de fines de los años sesenta. No se trata de crear un ministerio para inventar concursos, eventos ni festivales para repartir dinero entre todos los que se pueda (con el riesgo, además, de solo hacerlo con los amigos, conocidos o allegados a los gobiernos de turno).

Para que aquello no suceda, es imprescindible colocar en el centro de la política del Estado Peruano el tema cultural, puesto que es el eje alrededor del cual giran nuestros conceptos de nacionalidad, Estado, pertenencia, espíritu de cuerpo, identidad y sobre el cual no solo nos miramos a nosotros mismos en la singular riqueza de todas nuestras diversidades, sino que reflexionamos al mismo tiempo acerca de la manera como queremos ser percibidos por los demás. Por lo tanto, es aquí donde debemos poner el acento de la unidad interna y el de la fortaleza externa del Perú.

La historia y la cultura del Perú deben trasladarse al centro de esta reflexión. Más de diez mil años de historia, fuente única de la cultura por debajo de la Línea Ecuatorial en el orbe, centro del Virreinato Peruano, el más importante en América hasta el S. XVIII, país padre y madre de casi todos los países de América del Sur, así lo ameritan. Por lo tanto, cuando reflexionamos acerca de nuestra cultura en la perspectiva de una creación ministerial, necesariamente tenemos que hacerlo en el marco de una estrategia por la recuperación de un liderazgo internacional perdido; de una estrategia que privilegie la recuperación de la autoestima nacional que los peruanos de hoy no tienen al desconocer o ignorar su propia historia y los lazos que los vinculan a ella; de una estrategia que permita retomar la presencia e iniciativa del Perú en América Latina y más allá.

Necesitamos, obviamente, revisar nuestra historia. Una historia que por lo demás ha sido muy mal contada hasta el día de hoy, llena de complejos y de cargos de conciencia que no nos hacen ningún favor sino que por lo contrario, contribuyen a disminuirnos en nuestra propia estima. Una historia maniqueamente contada al gusto del modelo republicano, caudillista y militarista surgido después de la emancipación y que idealizó esquemáticamente el período prehispánico para satanizar el período virreinal, en función de encontrar la justificación más que de la república, la justificación del caudillismo y el militarismo.

Así, hasta hace muy poco, el Perú parecía resumirse a la gloria imperial de los Incas frente al ultraje y la expoliación de los conquistadores. Hasta hace unos años, no era claro percibirnos como herederos de los chavines, mochicas, chimúes, paracas, nazcas, tiahuanácos y otros. No habíamos tomado conciencia de esa riqueza cultural que hasta el día de hoy nutre de innumerables manifestaciones la cultura viva de nuestro país. Pero también nos falta aún tomar conciencia que si bien los Incas representan nuestra mayor expresión en la historia americana, es el Virreinato del Perú (y no la colonia) el que expresa nuestro momento estelar en la historia universal.

No existe instante de mayor protagonismo como no sea el del virreinato, el período en el que por encima de los abusos e injusticias de su tiempo, se incuba lo que debería aceptarse de una vez por todas como una de las mayores fortalezas del Perú: el mestizaje. Un mestizaje que produjo ese patrimonio artístico y cultural que nos hace únicos en el mundo, como la Escuela Pictórica del Cusco, y del que en un excelente ensayo sobre el tema, la doctora Gloria Espinosa Pínola ha afirmado que “... de cómo las técnicas y oficios indígenas se mantuvieron al tiempo que se enriquecieron con la aportación hispana y europea, del papel de los artistas locales en el desarrollo de todos los campos del arte, de cómo los gustos y conceptos de la cultura dominante se imponen o diluyen en las creaciones, o cómo se redefinen simbólica y funcionalmente objetos de la tradición prehispánica mientras que surgen nuevas tipologías fruto del sincretismo cultural”.


Parafraseando el tema cito a Javier Echecopar cuando dice: “en países como el Perú, la guitarra, como muchos instrumentos de cuerda, ha seguido en gran medida una evolución distinta. Si bien se puede creer que aún son instrumentos europeos, en realidad por "adentro" ya no lo son, pues la tradición ibérica ha ido cediendo ante el uso de los materiales autóctonos y de la nueva factura. La sonoridad ha ido tomando su propio cauce según las exigencias y posibilidades de momento y lugar. A esto se suma el nuevo hombre que la pulsaría. La necesidad de hacerla cantar en su propio idioma, lo llevaría a la búsqueda de otras soluciones técnicas e interpretativas que han resultado originales y sentado las bases de una tradición casi paralela a la europea”.

Por lo tanto, si no estamos dispuestos a releer nuestra historia, estaremos, como bien se sabe y se experimenta, a repetir una y otra vez los mismos errores de siempre. Y es que sin un adecuado estudio de nuestra historia, es imposible que podamos abordar o que pretendamos abordar el asunto de nuestra cultura, porque ella no es sino la fiel expresión de lo que nos ha sucedido durante, al menos, los últimos diez mil años. Un período de tiempo que muy pocos pueden exhibir en la historia y el desarrollo de la civilización.



CULTURA - ESTADO - POLÍTICA

La cultura es para el Perú uno de sus bienes más preciados. Un intangible que sin embargo parece solamente servir para ser manoseado cuando se le puede sacar algún provecho directo, en especial por los políticos criollos. La cultura es en ese sentido, un cajón de sastre para cualquier ocasión. Motivo de discusión quinquenal (a veces), preocupación resaltante durante los períodos electorales (no siempre), polvera extra chata para vestirse de seda.

La relación entre la cultura peruana, el Estado Peruano y la política peruana, no ha podido ser más desafortunada en los términos modernos bajo cuyos valores solemos observarla. Hasta la actualidad, los peruanos solo hemos maltratado nuestro patrimonio cultural y lo vamos a continuar haciendo hasta que nos propongamos seriamente enmendar el rumbo.

Creo que entre Cultura, Estado y Política los vínculos (hablar de vínculos creo que no pasa de figura literaria) son un sistema de relaciones que privilegian a los gobernantes de turno y a la burocracia relacionada con el tema. Existe, a mi entender, una especie de triángulo, uno de cuyos lados está compuesto por el Gobierno o los políticos o el Estado (llámenlo como les provoque), un segundo lado compuesto por la administración pública “dedicada” a administrar el aparato estatal en el tema y el tercer lado compuesto por los medios de comunicación de propiedad estatal. Esta especie de triunvirato ha resultado como un componente de peso extraordinario para el statu quo actual. Un triunvirato o triángulo que necesariamente debe replantearse.


LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA Y EL INSTITUTO NACIONAL DE CULTURA

Como todos saben el INC tiene cerca de 40 años de existencia. Un hecho que parece desmentir que el cáncer es virulento y que se convierte en terminal rápidamente. Casi cuatro décadas en las que esta institución estatal nos ha despertado simpatías y antipatías, ilusiones y frustraciones, pero que más que nada nos ha servido en ciertos términos para administrar la confusión que el tema de la cultura suele sembrar en todos nosotros.

Por casi cuarenta años ha prohijado también una burocracia en todo el país que a menudo se ha sentido ungida para administrar la “cultura”. Como un embudo, hemos observado a la flor del INC y hemos visto como se abría ancha para unos y estrecha para otros.

Esta es una situación que debemos modificar en la perspectiva general de reformar el aparato del Estado y ponerlo al servicio de la gente. Es una verdadera aspiración la de contar con una sociedad que sintamos verdaderamente como más democrática, con la que nos podamos identificar porque hace nuestra vida cotidiana mucho más llevadera y que incluso nos podría deparar gratas satisfacciones. Pero para lograrlo, en lo que concierne a la cultura, es necesario modernizar el aparato estatal y ponerlo al servicio de nosotros los peruanos.

En este sentido, para modernizar el aparato estatal en su tamaño y funciones es preciso comenzar por el Instituto Nacional de Cultura y de una vez por todas comenzar un proceso con una agenda de transferencia de responsabilidades y competencias a las Municipalidades del país. Esto nos ayudará a terminar el permanente conflicto que se presenta, principalmente, entre las capitales provinciales (de manera especialmente sensible en aquellas que poseen un patrimonio cultural) con los directores departamentales o regionales del INC. Ya no debemos asistir a la confrontación entre un alcalde provincial (que es un funcionario que tiene un mandato popular surgido de las urnas) y un director departamental del INC (que es un funcionario de quinta o sexta categoría en la administración pública y que ha sido designado por otro funcionario designado a su vez por otro y así...).

Las interferencias que se producen constantemente entre estas dos instituciones llaman a terminar con esta situación y contribuir con ello a una efectiva descentralización del poder, dirigiéndolo hacia los gobiernos locales. Para ello se precisará elaborar un plan de transferencia y la reglamentación necesaria para que los gobiernos locales, así como asuman estas responsabilidades sean al mismo tiempo pasibles de severas sanciones cuando cometan desaciertos.

Por el momento, la crítica más fácil es la de descalificar a los alcaldes en este propósito. Pero, personalmente, no hallo casi nada a favor de la mayoría de los directores regionales del INC que pueda inclinar indiscutiblemente la balanza a su favor. En algunos casos hemos sido testigos de gestiones tan cuestionadas que varios de esos directores regionales del INC han terminado con procesos judiciales, muchos de ellos penales y hasta con órdenes de captura. Por lo tanto, en beneficio de la transparencia administrativa, es necesario que los alcaldes asuman estas responsabilidades, principalmente aquellos de ciudades capitales como Cusco, Arequipa, Trujillo, Lima obviamente y otras más.

Supongo que se me dirá, ¿qué hacer con entornos como Machu Picchu, las Líneas de Nasca y otros? Al respecto, tengo la impresión que un futuro Ministerio de Cultura deberá ser también un Ministerio de Cultura y Turismo, incorporando en su seno al Instituto Nacional de Recursos Naturales (INRENA) para que participe en la administración, conservación y preservación de estos grandes espacios. No me pasa por la mente, entregarle al alcalde de Aguas Calientes, sea quien sea, la responsabilidad de Machu Picchu. Igualmente, en el resto de los casos será preciso crear un servicio de esta naturaleza para lo cual no sería inútil estudiar la experiencia de los Estados Unidos con su Servicio Nacional de Parques que tan buenos resultados ofrece en lugares como los Everglades, el Gran Cañón o Yellostowne, por mencionar solo tres ejemplos. Sin embargo, y más adelante, explicaré porqué el INRENA debe pasar a formar parte de este nuevo sector y cómo su radio de acción, no solo influencia sino que está completamente involucrado, en los temas de Cultura y Turismo.

Regresando al tema de líneas arriba, doy por descontado que no se trata de reorganizar el Instituto Nacional de Cultura. Se trataría (y esto lo voy a tocar más adelante) de crear un Ministerio de Cultura y Turismo, verdaderamente funcional que prescinda (en la parte cultural) de la burocracia del INC, porque arrastrar a esta burocracia sería como cambiar mocos por babas. El esfuerzo sería completamente inútil, porque esta burocracia (que en algunos casos está tan “empoderada”, como a algunos les gusta decir hoy en día) que en realidad se trata de una fuerza política en el sistema que arrastraría al nuevo ministerio todos sus defectos, intereses, oposiciones y vicios, lo cual al poco tiempo demostraría la esterilidad de la decisión tomada.

En un futuro Ministerio de Cultura y Turismo, este deberá dedicarse a la normatividad en materia cultural, una normatividad dedicada al manejo del Patrimonio Cultural de la Nación, con plena y autonómica capacidad de sanción inmediata cuando sea necesario. La función regional se debería dejar en manos de los gobiernos locales y de los gobiernos regionales (sobre esto habrá que ver la manera que no se traslade el conflicto entre los alcaldes provinciales con los directores del INC a los presidentes regionales o sus funcionarios, debiendo dejar completamente autónomos a los alcaldes provinciales en este sentido).


LOS MUSEOS

Otro caso es el de los museos estatales, tan importantes como el Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia de Pueblo Libre o los casos de Sipán y Sicán. Creo que ha llegado el momento de trabajar por la autonomía y privatización parcial del sistema nacional de museos para terminar con el absurdo centralismo que hemos creado con el INC. Hasta hace unos meses (a lo mejor la situación se ha corregido hoy en día), si uno se daba una vuelta por el Museo Tumbas Reales de Sipán (que debe ser el mejor museo del Perú) podía comprobar como languidecían los jardines por falta de agua y el estado de decoloración exterior del edificio principal por falta de pintura. Y es que los recursos que ese museo genera son enviados a Lima para ser redistribuidos y por consiguiente lo que le devuelven a este museo está por debajo de lo que el mismo museo genera.

Por lo tanto, es necesario trabajar la idea de hacer funcionar a los museos bajo el esquema de patronatos mixtos con participación minoritaria del Estado (que por supuesto no renunciará a ser el custodio y titular del patrimonio). Pero es preciso que los museos funcionen autónomamente y con participación de la sociedad civil encarnada en los municipios, las escuelas y universidades, la empresas privadas, las asociaciones profesionales y con un nuevo componente muy importante: el voluntariado.

Hablemos un momento del voluntariado que en otras latitudes forma un pilar importante sobre el que se sostienen las redes de museos. Aquí en nuestro país tenemos una fuerza importantísima de sabiduría y experiencia perfectamente desperdiciada que es la de los jubilados. Personas que muchas veces están en sus casas sin saber muy bien qué hacer y que pueden llegar a sentirse poco útiles. Esta es una situación a ser revertida para que ellos, con su experiencia y sabiduría, formen parte de los directorios de estos patronatos y que con su presencia en la actividad cotidiana de los museos continúen produciendo para el país a la vez que se sientan como lo que deben ser: ciudadanos útiles e imprescindibles para la sociedad.

Pero así como se podría contemplar una reforma en la administración de los museos con una más activa participación privada, el concurso de los jubilados en el voluntariado, la creación de patronatos a cargo de los museos; es también pertinente pensar en las zonas que actualmente albergan los museos de sitio, como lo es Machu Picchu, y que no están en las grandes ciudades sino por el contrario en zonas rurales. Un Ministerio de Cultura deberá pensar seriamente en la creación de un servicio técnico nacional a cargo de la administración de estos lugares sobre la base del INRENA y bajo su jurisdicción. Un servicio técnico con alta capacitación que permita dotar a lugares como Machu Picchu, Sacsayhuamán y otros, de los necesarios servicios para los visitantes (comenzando por servicios higiénicos impecables) y la debida atención en cuanto a centros de descanso, seguridad, salud, alimentación y tiendas que los hagan más competitivos en cuanto a la atención al público y al turismo se refiere, en un mejor contacto con la naturaleza que rodea a estos espacios.
Con esto quiero decir que es preciso modernizar nuestra infraestructura (los casos relativamente recientes de Sipán y Sicán son un claro ejemplo de ello). Por lo tanto, estos próximos años deberán ser años dedicados a la modernización de nuestros museos pero en el más extenso sentido de la palabra. Serán años dedicados a poner en práctica un nuevo enfoque que permita no solo ofrecer mejores servicios al turismo sino que vincule a los museos con el entorno social y nacional: una tarea que abundará en la aspiración a recuperar un sentido más firme de la identidad nacional, la autoestima y la divulgación de nuestra historia y nuestra cultura (en toda la variedad y diversidad de sus expresiones). Una tarea que solo podremos enfocar en la medida en que asociemos este conjunto de aspiraciones que acabo de enunciar con el hecho de transformar el papel social de los medios de comunicación en el Perú. Una reflexión en la que trataré de explicar, si me lo permiten, en otra ocasión.
Raúl Goyburu

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