sábado, 21 de febrero de 2009

POR VOZ TAMBIÉN SE GANA. Cuento por Eduardo Mazzini

FORO DE CULTURA Y TURISMO
Eduardo Mazzini, nos envía este bello cuento que contiene una serie de elementos muy interesantes acerca de la marinera, las relaciones entre blancos y negros en el Perú, caracterizado por una narrativa motivadora y muy bien sazonada con la gracia de la singular picardía criolla de su autor, un recurso elegante y tan difícil de encontrar en los autores de hoy en día. Esperamos que lo disfrunten tanto como nosotros y que nos hagan llegar sus críticas y comentarios.

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Eso que usté me pide será como de la memoria escapándose del olvido a veces con contentación pero otras veces entristecidamente y malogrando las vidas, según pues el color del cielo, yo creo o me parece, porque cuando hay sol y es día lindo y el verde está verde entonces la memoria recuerda bonito, pero cuando es nubloso y garúa finito se melancoliza y sólo recuerda cuando estaban vivos los muertos y cómo se están muriendo los vivos. Porque ahora se está muriendo Don Gustavo, que no le encuentran enfermedad pero se muere de casi cien años que tiene y todos creen que ya no piensa porque siempre callado está desde hace tiempo. Pero yo creo que recuerda, o sea que se pasa el día conversando con su memoria de todo lo que hizo en casi cien años de negro, desde niño cuando en Lima casi no habían serranos y hasta tranvías pusieron que se iban al Callao, o al Rímac, donde tenía un tío, hermano de su papá y en el tranvía lo iban a ver, con su guitarra cómo tocaba. Y Don Gustavo me contaba cuando todavía hablaba que a veces su juntaban muchos en esa casa, y venían a cantar algunos desde lejos. Hasta blancos venían, que eran relaciones de su tío, y los negros con los blancos amigos eran, pero casi de ahí nomás, o sea del canto que duraba días, con mucho pisco y comida, para aguantar, porque después todos se iban a sus casas y tenían sus asuntos separadamente y en eso no se juntaban blancos con negros, sólo en el canto; bueno pero también a veces se contaban cosas con risa o molestosamente, y de eso se hablaba poco para no ofender pero se podía ver con los ojos, porque hasta ahora hay blancos un poco negros y negros un poco blancos. ¡Hasta negros colorados, sacalaguas les dicen! Pero los que más risa daban eran algunos blancos que no se acodaban quién era su abuela! A mí muchas cosas que me ha contado Don Gustavo también las quisiera contar para no olvidarse de las cosas nuestras, porque Don Gustavo era mi tío, ah, no se lo había dicho, usté perdone la falta, pero eso que yo sé de los cantos y de las guitarras lo aprendí con él, solito casi yo, porque no enseñaba a los que no lo comprendían en su espíritu y decían que eran cosas viejas que ya nadie cantaba. ¿Viejas? ¡Claro que eran viejas! ¡Viejísimas, oigausté! ¡Y ajustadamente por eso no se podían olvidar! ¿Y esa son las cosas que usté quiere saber? Seguro que las va a escribir en su periódico y su plata le pagarán, pero algo también tendrá para mí, usté verá, porque también necesito, como todos, pero no crea que le contaré por plata, sino por recuerdos…

Mi tío también hacía sus reuniones, pero él se había ido a vivir a Breña, y su casa era completita pero chiquita, y cuando se juntaba la gente, en el pasillo del mismo callejón todos tenían que estar, y los vecinos del callejón aceptaban porque ellos también estaban invitados. Yo también estaba allí, y a los mejorcitos del canto los he visto, esos que son famosos pero que iban a aprender cosas que Don Gustavo sabía y las cantaba y después ellos las decían o las escribían y se hacían conocidos y ganaban plata, pero no se acordaban de mi tío, no todos pero sí algunos, que de su canto para él poca plata sacaba. Entonces yo creo que por eso habrá sido, como en venganza, que una vez se pusieron a cantar mi tío y Diógenes Santagadea, que era un negro bigotón joven todavía que andaba escribiendo cosas que las aprendía de mi tío pero no decía quién se las enseñaba, y por eso el tío andaba molesto y ya no quería que viniera a su casa, pero Diógenes se metía igual y por cortesía no lo botaban, para no entrar en escándalos, porque con las familias se conocían. Pero Don Gustavo sabía cómo poner en su sitio a la gente sólo con el canto, porque él cantando sabía saludar, sabía despedirse, sabía pedir algo y decir cualquier cosa que quisiera, siempre cantando, a veces con décimas o a veces en jarana. Mire usté que hasta ponía adivinanzas en canto, para que el otro le respondiera la adivinanza también en su canto, a ver si podía con las dos cosas; porque una cosa es sólo adivinar la adivinanza, y otra cosa es decir la respuesta en el canto según la regla de la música que él había puesto junto con la adivinanza. Yo me acuerdo de una adivinanza que él puso una vez, ¿sabe usté cómo era? Le voy a decir, pero sólo sin cantar, sólo la letra. Decía así:

A París réstale el par
y súmale el tercer hombre,
para conocer el nombre
de la que yo quiero amar.

Y la puso así para que le respondieran la adivinanza, pero cantando como él la había cantado, a ver quién podía. Y casi siempre nadie podía, porque o pensaba en qué era la adivinanza y se descuidaba del canto, o se fijaba en el canto y ya no podía pensar en la adivinanza. Y como nadie podía responderle, él mismo ponía la segunda, con su respuesta y en su mismo canto, pero con el verso diferente, como debe ser, y la ponía así:


Si a París “par” le quito
le queda el “Is”
y sumo el tercer hombre
llamado “Abel”

Oigusté, pero no crea que es fácil, porque yo mismo se la estoy diciendo, a ver, adivine usté solito, y además en canto! ¿Cree que es fácil? A ver, pues, termine, así sin cantar, que es más fácil, porque falta una ¿no sabía? El canto tiene tres partes, y sólo le dije dos. Termine, pues, ponga la tercera, a ver, siguiendo la adivinanza o que tenga que ver. ¿No puede? Bueno, la verdad nadie podía con Don Gustavo, entonces él solito terminaba, para que todos aprendan:

Y restando y sumando
Mírelo usté:
el nombre que yo quiero
es Is…abel!

¿Que la cante? No, ahora no, será otra vez si hay circunstancia. Pero ya sabe usté un poco cómo hacía Don Gustavo, y esas cosas las aprendía Diógenes, el negro bigotón y las andaba diciendo sin mentar a mi tío, y eso está mal, ¿No cree usté? Porque al menos se debe reconocimiento al autor, eso es tener agradecimiento, aunque plata no quiera darle, pero al menos el nombre debe quedar para recuerdo de su memoria, y por eso yo le cuento estas cosas, para que las escriba y nadie se olvide. Pero también para que se acuerden de cómo lo calló al negro bigotón. ¡Avergonzado lo dejó, con puro canto! Porque el que empezó el canto fue Diógenes, que le puso una jarana difícil, retándolo, y eso hasta falta de respeto era, porque a los viejos no se les reta, sólo entre ellos se retan, o retan a los jóvenes, para que vayan aprendiendo, o sea fogueándolos, o a veces también para probarlos, y hasta para reírse un poco. Pero no al revés, no pueden ser los más chicos los que reten a los mayores, oigusté! Eso se llama irrespetuosidad. Pero eso hizo el Diógenes: lo retó a Don Gustavo con una jarana difícil, de término; pero Don Gustavo siempre respondía, eso lo sabían todos y por difícil que fuera siempre ponía su segunda bien puesta. El Diógenes también sabía que Don Gustavo seguro le respondería bien, y por eso había preparado su tercera, para acabar bien él también. Entonces creía que todos lo íbamos a tener que reconocer como gran jaranista porque había retado al mismo Don Gustavo, que era de los mejorcitos que había para el canto, y la jarana había terminado redondita, tablas, sin vencedor ni vencido, que eso era ya bastante con Don Gustavo. Bueno, eso creía él que iba a suceder, porque no conocía todos las mañosidades que mi tío tenía cuando alguien lo retaba en el canto. ¿Sabe usté qué pasó? El Diógenes tenía una voz bien baja, ronca, tenía que cantar justito en su tono, para que le alcance la voz cuando tenía que subir. Entonces arrancó el canto con su guitarra en su tono que le convenía, y puso la jarana lentita para que Don Gustavo la escuchara bien. ¡Oigusté, si viera la cara de Don Gustavo, poniendo atención y fijándose en todos los términos que Diógenes estaba poniendo, para recordarlos bien en la respuesta! Y cuando respondió, perfecto lo hizo con su guitarra, y también lentito, como diciéndole no sabes con quién te metes. Y entonces le tocó el turno otra vez a Diógenes, para poner la tercera, y apenas empezó a cantar, cuando la música subía, le falló el más agudo, hasta ahora me acuerdo y me da risa, y le salió como un gallo y no pudo seguir cantando. O sea que perdió. Y se armó la discusión, porque resulta que Don Gustavo, al poner la segunda, le había medido bien la voz a Diógenes, y solapa le cambió el tono del canto, porque esas cosas sabía hacer, justo en medio del canto, cuando puso la segunda, aprovechó su turno para cambiar el tono, esas eran sus mañosidades. Y cuando le tocó cantar la tercera al Diógenes, con otro tono ya no le dio la voz y no pudo regresar a su tono porque él no tenía la experiencia, ni pudo terminar el canto, y hasta un gallo le salió y todo el gentío se rió de él. Oigusté, tan pésimo quedó que se puso picón y dijo que así no valía, que se tenía que respetar el tono que él había puesto, y que cambiar el tono era como cambiar la música, y eso no estaba permitido. Pero como también estaban otros jaranistas viejos que sabían, dijeron que eso era recurso de los que sabían, o sea conocedores, era como eso que dicen que gallo viejo con el ala mata. Y que cambiar el tono no era cambiar la música, y que además lo había hecho para demostrar quién era el que sabía y para que aprendan los malcriados a no faltar el respeto.

Pero no se acabó ahí nomás la cosa, porque en tanta discusión Don Gustavo estaba callado, y no entraba al pleito, pero lo que pasaba era que estaba pensando sin que nadie se de cuenta, porque lo quería rematar al Diógenes. Entonces aprovechando que en un momento se bajó todo el barullo, levantó su voz y puso una jarana, derechita, para que se vea bien la letra que acababa de pensar, porque así era él, rápido para el pensamiento. Y decía así:

Si quieres cantar jarana
mira bien con quién te metes;
que de Chancay a Cañete
con la voz también se gana.

Entonces otro cantor de los viejos que allí estaba la agarró rapidito y puso la segunda:

Sin saber te has metido
donde no sabes.
El candado compraste
pero sin llaves.

Y Don Gustavo lo acabó de rematar diciendo:

Clavo canela azúcar
pan con bizcocho.
Anda vete a tu casa
que son las ocho!


Todos se carcajearon y el Diógenes se puso asadazo, porque mire que hasta lo estaban botando, claro que era de broma, pero igual tenía su sentido. ¡De buena ley le habían dado! El resultado que desde allí quedó y que a veces se recuerda en las reuniones, es que “por voz también se gana” y hay gente que lo dice sin saber de dónde viene, y es como yo le he contado, para que usté lo escriba en adecuada memoria de Don Gustavo, mi tío, que ya está por cumplir cien años de negro.