jueves, 18 de septiembre de 2008

EL MISTERIO DEL DÓLAR AGUJEREADO

FORO DE CULTURA Y TURISMO

El misterio del dólar agujereado y el cero a la izquierda


No es fácil hablar de cultura. Cuando lo hacemos suelen estar presente las dos acepciones que la historia ha querido dar al término: la clásica, con sus referencias a «saber excelso», propio de las artes y la literatura; y la moderna, con la de «construcción mental que da forma a la realidad», surgida en el seno de las ciencias sociales. Para complicar más las cosas, por lo general no sabemos a cuál de estas nos referimos pues ambas se cruzan constantemente y se fecundan de mil maneras sutiles al punto de no ser fácil el establecer la filiación entre ellas, aunque normalmente la primera depende de la segunda al ser esta la matriz de la que nacen todas las cosas.

Como hemos dicho, no es fácil hablar de cultura. El hecho de poder decir, con propiedad, cuando hablamos de la acepción moderna, que la cultura es, en sentido estricto, equivalente a ‘ideología’ (DRAE: Conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época…) lo hace más difícil por el desprestigio que esta palabra ha sufrido en las últimas décadas.

Que ambas versiones de la cultura son fundamentales para la sociedad es algo que debería ser axiomático, aunque no lo sea con frecuencia en el Perú por la presencia de factores desestabilizadores como la pobreza, especie de wild card que explica o justifica cualquier cosa, literalmente, sin medida ni clemencia.

Amigo, ¿por qué en su país no hay un gran teatro? Bueno, usted sabe, buen hombre, la pobreza… Señor, ¿y por qué la educación es la última rueda del coche? Nuevamente, porque somos pobres. ¿Y la gran cantidad de gente que mea en las calles, la corrupción, la impuntualidad, el despilfarro…? La pobreza, la pobreza, la pobreza, ¡la pobreza!, y por favor no siga preguntando porque somos pobres hasta la médula.

Siendo tan importante la pobreza en nuestras vidas, si queremos elevar nuestro consumo de bienes simbólicos (cultura en su primera acepción), resulta fundamental ocuparnos de su papel en tanto generadora de conductas colectivas, lo que en buen castellano equivale a revivir el costumbrismo de nuestros abuelos y bisabuelos como disciplina para estudiar las costumbres, tal como su nombre lo indica.

Arma creada en el XIX para combatir las taras mentales heredadas de la Colonia, el nuevo costumbrismo debería empezar por establecer la morfología de la idiosincrasia peruana (no, señores tránsfugas, no nos referimos al ‘gobierno de los idiotas’, ni tampoco a ‘los idiotas sin gracia’, aunque la palabreja les suene medio política por su parecido a democracia y mucho nos provoque resemantizarla para aplicarla a esa paradoja científica que representan los colegas del diputado Corrales y su corral de comedias).

Está dicho, entonces, amigos estetas, ¡armemos el catálogo de nuestros vicios culturales, para ver si viendo las mil caras del enemigo podemos preparar un conjuro liberador! ¿Alguien se anima?, ¿sí? Podríamos empezar con algo anecdótico, como por ejemplo «La incapacidad de asimilar racionalmente valores absolutos aun cuando se apliquen al plano de la materia». Nos referimos, claro está, a que en nuestro país los kilos deben ser «bien pesados, caserito» para que tengan los mil gramos que manda la ley, los ángulos rectos rara vez llegan a tener noventa grados, los minutos no tienen sesenta segundos sino doscientos, y los dólares valen menos cuando están solos (algo parecido a lo que sucede a los números de un solo dígito, a los que obligamos a ir acompañados del cero a la izquierda porque, hay que ver, ¡están taaannnn solos los pobres!).

¡Mami, Mami, tengo horror al vacío, Mami, y no puedo aperturar la lata de galletas!...


Alexander Forsyth