miércoles, 17 de diciembre de 2008


FORO DE CULTURA Y TURISMO


EXPOSICIÓN


EL PATRIMONIO CULTURAL DE LA IGLESIA PERUANA EN EL SIGLO XXI

A cargo de Raúl Goyburu. Secretario del Consejo Consultivo de la Comisión Episcopal para los Bienes Culturales de la Iglesia con motivo de la reunión convocada el pasado 25 de noviembre en la Sacristía del Convento de San Francisco, por Monseñor Federico Richter Frenández-Prada OFM, Arzobispo (E) de Ayacucho y Presidente de la Comisión Episcopal para los Bienes Culturales de la Iglesia de la Conferencia Episcopal Peruana.




Excelentísimo y Reverendísimo Señor Arzobispo Emérito de Ayacucho y Presidente de la Comisión Episcopal para los Bienes Culturales de la Iglesia, Monseñor Federico Richter Fernández-Prada.


Señor Nuncio Apostólico, representante de Su Santidad en el Perú.



Señor Arzobispo de Trujillo y Presidente de la Conferencia Episcopal Peruana.


Distinguidos religiosos, damas y caballeros que nos acompañan esta noche.

Quiero agradecer en primer término a Monseñor Federico Richter por este muy honroso encargo, de exponer ante todos ustedes la preocupación que embarga a la Comisión de Bienes Culturales acerca del estado del Patrimonio Cultural Eclesiástico y su futuro próximo durante el presente siglo XXI. Y al cumplir con este encargo me ha cabido la íntima satisfacción de hacerlo en esta histórica y bellísima Sacristía perteneciente a esta casa conventual fundada apenas once años después de nuestra ciudad por fray Francisco de Santa Ana.

Y es que el destino de nuestra ciudad se vinculó siempre, desde su hora más temprana a la presencia de la Iglesia Católica, cuyo manto de sacralidad se extendió por todo nuestro territorio continental no solo para divulgar la Buena Nueva, sino para sembrar también las bases fundacionales de lo que con el paso del tiempo serían las repúblicas iberoamericanas y en especial la del Perú.

La gesta evangelizadora, cuya épica la convierte en uno de los más notables hechos de la historia, aún no ha sido debidamente valorada ni reconocida. Se dice que cuando los castellanos arribaron por estos rumbos, uno de los hechos que con mayor fuerza los impresionó, fue el de la inmensa geografía americana. Los grandes espacios y los inmensos territorios por recorrer. Los casi inverosímiles accidentes geográficos. Algo a lo que ellos no estaban acostumbrados. Atrás habían quedado las adustas tierras castellanas y extremeñas, para dar paso a selvas inimaginables, desiertos sin fin y montañas de elevaciones casi fantásticas en un mundo multicolor cuyas especies naturales y animales parecían no tener más límite ni antecedente que el Paraíso Terrenal. Un mundo al que le valió ser reconocido como Nuevo.

Sin embargo, ese territorio rico en razas y a la vez en extraordinarias expresiones culturales, simulaba ser una gigantesca Torre de Babel en la que los naturales americanos permanecían separados por fronteras geográficas inmensas y por una variedad política, religiosa y cultural en la que la multiplicidad de las lenguas no permitía el reconocimiento cabal entre unos y otros.
Sobre esos infinitos territorios aparecieron por primera vez las huellas de los evangelizadores a través de los cuáles la Iglesia Católica puso las bases para la futura unidad del continente: un solo monarca, una sola lengua y una sola religión. Cuando más de uno, hoy en día, apela a la unidad de la América Latina o Iberoamérica como más propiamente se le debería llamar, lo hacen muy a menudo sin tener conciencia de este extraordinario hecho que signó para siempre el futuro común de nuestro continente, sin el cual el sueño y la aspiración de esta unidad hubiera resultado imposible.
Y prueba de ello, es esta pequeña muestra de publicaciones que Monseñor Richter ha tenido la iniciativa de reunir y presentar a todos ustedes en esta noche maravillosa; en especial, digo yo, esta estupenda recopilación que ha llevado adelante el Padre Sáez con la obra de los franciscanos.
Y es que desde la aparición del catolicismo en nuestro continente y en nuestro país, hemos compartido un destino común que se acrecienta hasta nuestros días. Pensemos brevemente que esa épica evangelizadora a la que me refería hace un instante tiene su correlato en los tiempos actuales, porque cuando los frailes franciscanos recorrieron por primera vez los más apartados rincones de lo que es el Perú actual, olvidaron tras de sí las huellas de sus humildes sandalias, sin vislumbrar aún que dejaban extendidas las bases para la construcción del Perú contemporáneo y sobre todo el Perú del futuro.
Ese país que avizorarán las generaciones que nos sucederán. Ese mismo país que cada vez que precisa de la construcción de una nueva carretera, de una nueva central hidroeléctrica, de un nuevo camino comunal o una nueva ruta comercial, acude a estudiar las crónicas que dejaron estos frailes portentosos que nos iniciaron no solo en el trazado cartográfico del Perú eterno, sino que encendieron en nosotros, generación tras generación de peruanos, la iniciativa por estudiar, comprender y amar con mayor dedicación y entrega esta singular tierra que la Divina Providencia nos regaló con el nombre del Perú.
Menos de tres décadas no separan del Vº Centenario de la llegada de la Iglesia a nuestro país. El Perú de hoy se encamina al mismo tiempo a la celebración del Bicentenario de la República que dista tan solo poco más de una decena de años. Es por tal motivo que esta noche, cumpliendo el honroso encargo de Monseñor Federico Richter, traigo hasta ustedes la enorme preocupación que lo embarga a él mismo y a la Comisión Episcopal para los Bienes Culturales de la Iglesia, acerca del futuro del patrimonio cultural eclesiástico del Perú. Una preocupación fundamentada en el día a día. En ese proceso aparentemente inexorable de destrucción, latrocinio e indiferencia que envuelve a templos, conventos y santuarios. Una preocupación sostenida en la frialdad, fastidio y miopía con que la mayor de las veces el Estado Peruano y sus autoridades contemplan la problemática de la conservación y puesta en valor de este patrimonio.

Los robos permanentes, el tráfico internacional, los presupuestos estatales irrisorios para combatirlo, la carencia de una política cultural en nuestro país que ha llevado a presentar al Perú en estos días recientes de la cumbre APEC como el país de la cocina, el pisco y la repostería; sazonado con un poco de Machu Picchu… ha terminado por olvidar la gran variedad cultural pre-hispánica de nuestro territorio y la multiplicidad de sus expresiones culturales que van desde lo vernáculo hasta lo clásico, encasillándolo en dudosas expresiones artísticas de también dudosa calidad que no lindan sino con un facilismo primario en el que uno termina por preguntarse, ¿dónde quedó la Escuela Cusqueña de Pintura? ¿Dónde se olvidó que aquí, en esta ciudad se compuso y estrenó la Primera Ópera de América? ¿Dónde están los tres más grandes tenores que ha dado el Perú a la cultura universal: Granda, Alva y Flórez? Bueno… y así podríamos continuar en todas las disciplinas.
Mucho se habla que hay que invertir en el Perú, desconociendo que las grandes inversiones internacionales solo acuden a países que se muestran confiables. Es decir, países con una cultura y un pasado que no hacen sino demostrar que no llegaron ayer al concierto y a la historia universal y que eso es lo que precisamente los hace dignos de crédito. Un intangible que no nos podemos dar el lujo de desperdiciar.
Por lo tanto, interpretando la preocupación de Monseñor Richter y la del cuerpo de asesores que lo acompañamos solidariamente en esta difícil tarea, pensamos que ha llegado el momento de actuar. Ha llegado el momento de crear una conciencia nacional y colectiva del problema por el cual atravesamos poniendo en juego una estrategia en muy diversos campos. Desde la prédica dominical hasta el uso de los medios de comunicación, en el estreno de una nueva actitud mucho más activa de parte de la Iglesia y que coloque en la primera línea a la Órdenes Religiosas, cuyo patrimonio es cada vez más difícil de sostener y que se ven sometidas permanentemente a robos sacrílegos que no tienen cuando terminar.

Es necesario crear conciencia colectiva, apelando a los Señores Obispos cuyas diócesis son reconocidas como las de mayor vulnerabilidad para crear un cuerpo consultivo con aquellas diócesis de mayores recursos y que han sabido enfrentar con mejor éxito estos problemas. Es imprescindible crear cursos de capacitación para seminaristas y religiosos, de modo que comprendan de una manera más profunda la responsabilidad de sostener este patrimonio y al mismo tiempo proveerlo de su debido mantenimiento.
Los colegios religiosos tienen también una responsabilidad al respecto: si desde la más tierna infancia no creamos conciencia en nuestros niños, nada podremos esperar de ellos cuando sean adultos. Es por eso que la tarea apremia y el tiempo es corto.
Y en esta perspectiva, se hace inobjetable iniciar un diálogo con el Estado Peruano sin cuyo aporte el futuro de este Patrimonio estará seriamente comprometido. No vemos de qué manera se encaminará el Perú a las celebraciones del Bicentenario de la Independencia con el detrimento de este patrimonio puesto en riesgo cada día, a cada instante y teniendo que sucumbir ante los embates de la naturaleza (como ha sucedido recientemente en el Sur) y ante los no menos y tal vez más destructivos embates de los funcionarios públicos de turno.
Sin embargo, esta es nuestra realidad y con ella tenemos que lidiar y a pesar de ella, tenemos que resolver nuestros problemas. No podemos quedarnos de brazos cruzados. Casi quinientos años de historia nos contemplan y en esa contemplación están los ojos de nuestros antepasados que nos piden no permanecer indiferentes.
Muy cerca de este recinto, en uno de esos preciosos azulejos sevillanos que ornamentan los claustros de este convento, reza una cuarteta que suele verse en las casas franciscanas y que creo es aliento y acicate no solo para nuestro ánimo, sino, también, para la responsabilidad que recae en nosotros:

“El verme así no te asombre
Pues es mi amor tan sin par,
Que aquí me he puesto a pensar
Si hay más que hacer por el hombre”.